El Barroco en nuestro país es un estilo esencialmente regionalista, no sigue unos patrones universales.
Podemos distinguir el barroco castellano, del andaluz o del gallego, ya que en cada región de España encontramos una modalidad con personalidad propia.
La primera mitad del siglo XVII constituye el inicio de la arquitectura barroca en española. Este primer barroco está muy vinculado a Juan Herrera y a su principal monumento, El Escorial. Los ideales de la Contrarreforma facilitan la pervivencia de este modelo arquitectónico.
Será a mediados de siglo cuando se empiecen a eliminar los vestigios herrerianos y la ornamentación se haga más flexible.
Esto se debe en gran medida a la participación en la arquitectura de hombres polifacéticos, mitad arquitectos, mitad pintores y hasta a veces escultores, como Alonso Cano.
Ya en el siglo XVIII la riqueza y la fantasía decorativas alcanzan su apogeo en las construcciones de la familia Churriguera, Ribera o Fernando Casas Novoa. Es el momento de esplendor de nuestro barroco más castizo y popular.
Pero encontramos también durante este siglo una arquitectura promovida por la corte y la Academia, importada desde Francia e Italia, que es más clásica y academicista. Los Borbones recurrirán a arquitectos franceses e italianos para acometer las principales obras reales, y éstos son los encargados de introducir la nueva corriente. Ejemplo, El Palacio Real de Madrid.
Ambas tendencias, la barroca castiza y la barroca cortesana, convivirán a lo largo del siglo XVIII.
Arquitectos españoles mas importantes
La plenitud del barroco castellano


Narciso Tomé es padre de otro grupo de arquitectos decoradores. Su obra principal es el Transparente de la girola de la Catedral de Toledo; allí representa el Don de la Sagrada Comunión a la Humanidad Las tres artes plásticas quedan integradas en una sola por primera vez en el Barroco.

Pintura barroca española
Durante la época renacentista, la pintura española alcanzó un desarrollo menor que el que se produjo en otros países europeos y, sobre todo, en Italia. De este modo, y con el paso del tiempo, únicamente la obra de El Greco ha alcanzado verdadero renombre internacional. Es por lo tanto evidente que en el siglo en el que Castilla podía considerarse como la primera potencia mundial los focos de innovación y de creación de las novedades artísticas, en la pintura, quedaban alejados de las fronteras españolas.
Sin embargo, en el siglo XVII, con la estética barroca, podemos considerar que la pintura española alcanza su plena madurez. Es bien cierto que con respecto al periodo anterior los focos artísticos europeos se diversifican y que el centro de toda novedad ya no es Italia. Pero, aun siendo importantes las aportaciones españolas en el campo de la arquitectura y la escultura, va a ser en el arte de pintar donde asistamos a una verdadera revolución, por la diversidad de focos artísticos (aunque no haya grandes diferencias entre ellos), por el número de artistas y, sobre todo, por la increíble calidad pictórica que alcanzaron algunos de los autores.
Siempre solemos creer que la nómina de pintores barrocos españoles se reduce a sus primeros espadas: Zurbarán, Murillo y, sobre todo, Velázquez. Sin embargo artistas como Ribalta, Ribera, Valdés Leal, Carreño de Miranda, Claudio Coello y otros tantos han de ser tenidos en cuenta a la hora de valorar lo que la pintura española fue capaz de desarrollar en el siglo XVII: una mirada profunda, y muchas veces crítica y aguda, sobre la sociedad de su época. Es evidente que, en este sentido, el genio de Velázquez luce de tal manera que eclipsa a todos los demás. Pero entenderemos mejor la pintura barroca si, alejados de ese deslumbramiento que las obras de Velázquez nos producen, volvemos nuestra mirada sobre los otros artistas y somos capaces de valorar lo que entonces se hizo en pintura.
En definitiva, es correcto decir que en Velázquez encuentra su cumbre la pintura barroca, pero resulta igualmente válido afirmar, en un sentido más general, que en el barroco la pintura española alcanzó su momento álgido. Había llegado la madurez. Y este hecho coincidió, aunque no es mera coincidencia, con un momento en el que también llegaba el declive al país. Un país todavía inexistente en el que el arte (sobre todo la pintura), al igual que la literatura, alcanzó la primera posición en cuanto a las realizaciones culturales se refiere
La obra de Valdés Leal
Uno de los más importantes pintores españoles de la época barroca, es el sevillano Juan de Valdés Leal (1622-1690), un pintor de tendencia tenebrista y gusto por lo dramático, típicamente barroco. Valdés se hizo hermano de la Hermandad de la Santa Caridad de Sevilla, institución dedicada al auxilio de pobres, enfermos y moribundos. Precisamente, por encargo de Miguel de Mañara, fundador de dicha institución, realizó dos de sus cuadros más famosos, conocidos con el nombre de ‘las postrimerías’.
Bartolomé Esteban Murillo
¿Qué sucede en una familia de clase media andaluza, en el siglo XVII, cuando fallece el padre, dejando tras de sí a una viuda, que muere a los pocos meses, y catorce hijos? Esta enorme tragedia familiar le sucedió al sevillano Bartolomé Esteban Murillo (1.617-1.682), el menor de la familia, quien perdió a su padre con nueve años y a su madre con diez. Del niño acabó haciéndose cargo una de sus hermanas mayores, que le envió a aprender pintura a uno de los talleres existentes en la ciudad.
En esa infancia difícil se forjó el carácter de Murillo quien sin embargo hacia 1645 era ya un pintor de relativa importancia, que recibía encargos propios, de cierto interés. Ya para entonces la mayor parte de sus cuadros eran de tema religioso, destinados a las iglesias y conventos de la ciudad. En este tipo de obras basó Murillo su prestigio y su fama, destacando sobre todo como pintor de inmaculadas, tema al que dedicó varias de sus obras, en las que definió un tipo de virgen caracterizada por sus rasgos juveniles, su dulzura y la presencia de unos fondos luminosos.
zurbaran
Santa Águeda (o Santa Ágata) nació en Italia hacia el año 230. De joven la distinguían su fe cristiana y su gran belleza. Atraído por ella, el cónsul Quintiliano procuró conseguir sus favores, pero fue rechazado por la doncella. Ni siquiera la hizo cambiar de opinión el que la encerrasen durante un mes en un prostíbulo, buscando que se contagiase de las rameras que allí se ocupaban.
Así pues, el cónsul la envió a una celda y la sometió a tortura. Tras pasarla por el potro, sus sicarios le arrancaron lentamente los pechos. Sin embargo, Águeda recibió el auxilio de San Pedro, que por la noche se le apareció en su celda y la sanó de sus heridas, hasta el punto de recuperar los pechos amputados.
Cuando el cónsul reparó en la milagrosa curación, ordenó que la mártir fuese quemada en la hoguera. Ya en la pira, un terremoto provocó las iras del pueblo, que achacó el seísmo a la crueldad de Quintiliano con la joven. Así pues, ésta fue devuelta a su celda donde, finalmente, murió sin perder su virginidad y habiéndose mantenido fiel a Jesús.
El martirio que, brevemente, acabo de describir, es uno de los temas que más atrajo al pintor Francisco de Zurbarán (1598-1.664), nacido en Fuente de Cantos (Badajoz) pero trasladado de joven a Sevilla, donde aprendió el oficio de pintor y donde se estableció definitivamente en 1629. Aquí conoció a Velázquez, quien más tarde lo reclamó a Madrid para que participase en la decoración del Alcázar de los Austrias. Tras su regreso a Sevilla, Zurbarán pasó unos años dedicado a pintar sobre todo obras de tipo religioso para los numerosos conventos de la ciudad y de su área de influencia. Años después el pintor regresaría de nuevo a la Corte, instalándose en Madrid, donde finalmente murió.
José de Ribera, el ‘Spagnoletto’.
He aquí a un pintor español, José de Ribera (1591-1652) que se trasladó a Italia en plena juventud y que ya prácticamente no regresó más a nuestro país. Este hecho marcó profundamente su trayectoria artística, porque en Italia pudo conocer las obras de los grandes autores del Renacimiento, pero también la de Caravaggio, que influiría enormemente en su producción. Ribera acabó asentándose en Nápoles, que entonces pertenecía a la corona aragonesa, consiguiendo el apoyo de los virreyes, hasta el punto de alcanzar un status parecido al de los pintores de cámara.